
General Motors ha enfrentado la presión de la presidenta Dilma Rousseff desde el año pasado, para conservar empleos a cambio de beneficios tributarios que ayudaron a impulsar las ventas a un récord máximo el año pasado en el que es el cuarto mayor mercado automotriz del mundo.
La industria brasileña cayó por primera vez en una década y la productividad se desplomó a mínimos de seis años, debido a que los crecientes sueldos, embotellamientos del transporte y rígidas leyes laborales socavaron la competitividad de las fábricas locales.
El complejo de GM en Sao Jose dos Campos, cerca de la ciudad de Sao Paulo, produce el Chevrolet Celta en la línea de ensamblaje en cuestión, así como el Blazer, la camioneta S10, motores y transmisiones en otras líneas, empleando a más de 7.000 trabajadores. Por último el sidicato dijo que los trabajadores votarían el acuerdo en estos días.
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